» Para vaciar la cabeza de vez en cuando.

Tengo tres volcanes, dos en actividad y uno extinguido;
pero nunca se sabe...
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Posted at 0:33 by Ne
69 - noviembre 28, 2010


Siempre fue una persona tranquila, no es que ya no lo fuera, pero los años habían modificado su personalidad, los años le enseñaron a mentir, a desconfiar. La mayoría de sus rasgos no eran muy conocidos. Siempre se valía de una máscara para aparecer en escena. Si los demás supieran lo que ella quizá, serían como ella, pero el saber no era garantía. Debía cuidar cada cosa que decía, a pesar de todo esto si la ves no sospecharías todos los secretos que encierra. Desde que comenzó a descubrir cosas se sintió distinta. Apartada de todo. No sabía en quién podía confiar, muchas veces se sintió completa y absolutamente perdida, pero conoció a dos personas a las que les había confiado su vida. Las amaba mucho, lo suficiente como para protegerlos de lo que fuera y cargar con la culpa de todo sin involucrarlos, para que pudieran seguir adelante sin tener que pagar por los errores de ella… –no, no eran errores… nunca lo fueron y jamás lo serán Si los demás supieran su historia, como ellos dos, ya habrían acabado con ella, pero ellos dos no la juzgaron, lograron aplacar la culpa que cargó durante años. De cierto modo, le abrieron los ojos. –Siempre he actuado defendiendo lo que creo… a fin de cuentas a pesar de lo que digan soy la que menos daño ha hecho, a pesar de mis “errores” –. Se hallaba en su habitación, descalza sobre su cama, era uno de sus lugares favoritos, en donde podía ser ella misma sin rendirle cuentas a nadie. Era su escondite, tampoco es que huyera o algo por el estilo, pero dentro de esas paredes podía decir lo que quisiera y hacer lo que quisiera sin dejar de considerar sus propios límites, lo sabía bien. Dentro de todas esas cosas que no quería que sucedieran había una en especial que la preocupaba bastante, ya que corría el riesgo de olvidar sus propias promesas por el hecho de dejarse llevar, por disfrutar del placer que le proporcionaba el momento. Era uno de sus grandes temores… –perder el control, ese sí sería un error–. Claro y uno que pagaría muy caro, que acabaría por lastimar a alguien que amaba mucho. Se dirigió al escritorio que quedaba junto a la ventana y observó el exterior, llovía hace horas, pero ella no lo había notado, apoyó su cabeza sobre sus manos y se quedó prendada de la ventana, observando cómo las diminutas y furiosas gotas se agolpaban contra el vidrio en un inútil intento de pasar a través de él, no pudo evitar reír. Si bien era extraño, era algo que le fascinaba. Nunca había llovido en este lugar, al menos que ella recordara, menos en donde ella se encontraba, pero era un espectáculo digno de admiración. –Agua– sonrió. El agua le recordaba a él, bueno a ellos. Era algo que tenían en común. Pero a su pequeño amigo llevaba años sin verlo. Sentía que algo le faltaba a su vida desde que él se había ido para dar paso al otro, no es que lo despreciara, todo lo contrario, lo amaba como a nadie en el mundo, pero había una parte de él que se había perdido y ella se negaba a aceptar que fuera así. Aunque él le dijera que no era su culpa, que era algo que ya estaba previsto, que sucedería finalmente. Ella se sentía responsable. Siempre se mostró amable y servicial con ella, nunca la disgustó –jamás me dirá que tengo la culpa… “sucedería finalmente” es cómo lo definiría él… además de que es mejor para nosotros…–. Seguía mirando a través de la ventana. –No negaré que lo es… ¿pero este es el precio? ¿Dejar de ver a mi pequeño y risueño amigo…?– sonrió con nostalgia, él odiaba que le llamara “pequeño”. Cerró sus ojos y volvió al pasado unos instantes.


–Hola~ hola~– saludó él desde el suelo sonriendo ampliamente como de costumbre.

–Buenas pequeño, ¿todo bien?– ella sonrió al tiempo que él se levantaba molesto.

–¡¡No me digas pequeño!!– Gritó de ese modo infantil tan característico de él y se acercó a ella –no soy pequeño, soy más alto que tú– dijo con superioridad mientras apuntaba al sombrero en forma de girasol que llevaba sobre su cabeza. Con ese sombrero lograba superarla en estatura por unos 10 centímetros. Claro que nunca fue necesario, ella siempre llevaba puestos sus zapatos de tacón alto, si se los quitara sería ella la pequeña y el girasol no sería necesario. Al oír sus palabras ella comenzó a reír con timidez.


Abrió lentamente sus ojos aún con esa nostálgica sonrisa en el rostro al tiempo que un nudo se formaba en su garganta. Detestaba esa sensación. Siguió mirando por la ventana mientras comenzaba a llorar. –El truco del agua en los ojos– se dijo con amargura intentando sonreír. De pronto… a la distancia divisó una figura. ¿Sería posible? Se puso de pie rápidamente y salió corriendo de su casa. No le importó la lluvia, ni estar descalza, necesitaba saber si era él. Miró en todas direcciones pero no vio nada. – ¿Sería mi imaginación? – no, estaba segura, lo había visto. Debía encontrarlo, era necesario, muy necesario. Trató de pronunciar su nombre en voz alta pero no lo logró. Lo mejor sería regresar a casa, la lluvia era abundante y ella salió sin nada con qué cubrirse, ya estaba empapada y no quería enfermarse. Volvió y justo antes de atravesar la puerta alguien la tomó por la muñeca jalándola hacia atrás. Fue rodeada por un brazo que ya conocía. Sonrió levemente.




Continuará....

(...)

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